La lluvia caía
inescrupulosamente a través del ventanal contra el que se estrellaban las gotas
desmembrándose en millones de partículas. Era la hora de la siesta, pero esta
vez estaba decidido a corromper las reglas, así que imaginé la fisonomía de
un subversivo y abrí la puerta. Extendí la mano desde el desnivel donde
terminaba el zaguán y comenzaba el jardín delantero y pude comprobar
con la punta de los dedos que apenas lloviznaba. Pegué un salto y caí
tambaleándome en el patio. No recuerdo exactamente los años que corrían, pero
sé que no era ni muy grande ni muy chico, por ahí más chico que grande. Recorrí
minuciosamente la desamparada entrada de la casa en búsqueda de algún
artrópodo: me subí a los canteros, a la terraza, examiné cada resquicio de la
pared resquebrajada por el paso del tiempo; y lo único que encontré fue a la
muerte boquiabierta, lóbrega, empapada por la lluvia.
Juan Pablo Svaluto Marchi
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