miércoles, 22 de mayo de 2013

Tan y por qué.

No sé si alguna vez te dije que me hacés acordar tanto a tantas cosas a la vez, y que por eso me gustas tanto así, con un énfasis exorbitante en el tiempo perfectivo, porque al mismo tiempo me hacés acordar también a mí, quiero decir que con vos me acuerdo de mí mismo y eso, ¿sabés?, no sucede con mucha frecuencia, y porque sos tan dulcemente seca que hacés que mi garganta se parezca a un cauce desértico, como yo a veces, pero alguien tiene que ceder, ¿no creés? Sé que vas a leer esto en algún momento, por eso te lo escribo mientras espero que el celular vibre al lado del mouse con tus atemporales mensajes que me demandan acto seguido un descomunal esfuerzo en la imaginación para seguir entretejiendo con el mayor sentido posible la interlocución circundante entre mi emisión dialógica y tu recepción monológica, un esfuerzo muchísimo mayor que escribir este pseudocuento, porque sos difícil, ¿eh?, lo sabés muy bien, y ya te dije que así me gustás tanto, me gustás todas las mañanas, me gustás cada vez que te pienso distante, me gustas como la única vez que te hablé y te vi cuando me pareció haberte visto ya tantas otras veces, y a la vez me demandás tanta concentración ahora que te quiero decir todas  estas tantas cosas que no podría compararlo con la que me exige evitar no escuchar el ritmo de la cumbia de los vecinos justo ahora que estoy leyendo a Bradbury y que no cesa aunque sea un miércoles a la madrugada hasta en el humo de la taza de café, por suerte es una cumbia linda y no me distrae tanto hasta que logro reconocer la melodía que me zumba como un mosquito detrás de la oreja y ahí sí, lo que sigue es esa voz tenue inmediatamente penetrando dentro de mi cabeza donde jamás la lógica del mundo nos ha dividido, ni el futuro tan incierto nos ha preocupado, una vez los dos pensamos... como si la letra de la canción se alternara constantemente con el universo de Montag, pero entonces sos tan linda, y soy muy malo para ponerlo en palabras, de verdad, me considero patético, es una consideración recurrente en mí, a tal punto que sólo se me ocurre decírtelo con el mismo adverbio de cantidad todo el tiempo repitiéndolo tan ininterrumpidamente de modo que llega a tornarse insoportablemente ilegible, deletreándolo en el texto de tal manera que se adhiera inherentemente al flashback de tu sonrisa tímida y que además encaja con una coincidencia  casi astrológica en el acento de la primera vocal de tu nombre, porque casi que se pronuncia igual a cómo yo te nombro y como muy raras veces te nombran, y también sé que si te sigo narrando el porqué de por qué me gustas tanto pero tanto tanto tanto no voy a poder cesar nunca de igualar oraciones al mismo nivel sintáctico de ansiedad con tantos conectores de causa y consecuencia necesarios para llegar a verte, porque las causas están tan llenas de tu ternura cuando me decís que no querés mandarme para no molestarme o me contestás que así es., y las consecuencias son mis ganas de abrazarte con la mayor urgencia en las palabras posible para que leas que jamás me molestarías, pero te acabo de contestar el mensaje llenándote de interrogaciones porque cuesta tanto entrarte, y cuando lo logro no me dejás quedarme a respirar ni un segundo y ya me estás metiendo enseguida la cabeza debajo del agua, y a empezar de nuevo, porque bien sabés que sos difícil, y que por eso me gustas así, y que por eso voy a insistir, porque te alejás y te acercás con la misma naturalidad conque te pones nerviosa cuando no sabés cómo decirme lo que me querés decir, y como tus labios aquella noche cuando me gustó tanto que me hayas dejado con las ganas de contarles todo esto, por eso también ahora otra vez me sacás de los pelos de entre los renglones del libro apartándome bruscamente del lanzallamas de Montag, porque no hace mucho me dijiste que te ibas al sur y allá el tiempo se detiene en tus ojos con una quietud muchísimo más intensa y exagerada que en tus fotos, pero igual no importa, vos despreocúpate, quedate tranquila, porque a mí me gusta lo lejano, y también nos gusta el otoño.

Juan Pablo Svaluto Marchi