martes, 23 de septiembre de 2014

Si yo fuera una estrella de la NBA

Me estaba por entrar a bañar, pero antes me tomé el trabajo de poner el celular a cargar, no sea cosa que me quede sin batería a la noche.
Mi hermano había dejado la tele prendida. Estaba puesto TyC Sports, como casi todo el tiempo en esta casa. Diría que no casi, sino todo. Bonadeo hacía un repaso de la historia de la selección argentina de básquet, los mejores partidos, la selección dorada, el doble con tablero de Ginobili en la última milésima de segundo del partido frente a Serbia en los Juegos Olímpicos del 2004.
Claro, se estaba jugando el mundial de España, ya sin Manu por decisión de la dirigencia de los Spurs (ellos ponían la plata, y en dólares), pero aún así conseguimos un triunfo prometedor en el primer partido contra Puerto Rico.
Si yo fuera una estrella de la NBA, me pregunté en ese momento. Sabía que hubiera podido estar ahí, convirtiendo de triple frente a una selección con un estilo demasiado tropical que jugaba individualmente y sólo tiraba magia, como había dicho un comentarista que analizaba el partido en la tele, por no acusarlos de pecho frío.
Pero sí, sabía que tranquilamente podría estar jugando en la mejor liga de básquet mundial. Es que era muy bueno, y no por ser agrandado ni por falta de modestia, en verdad lo era. Siempre jugaba para los más grandes, de base, manejaba el equipo. Era como Ortigoza y el Pichi Mercier juntos en el flamante San Lorenzo que ganó la Libertadores. Un estratega, un Mascherano en Brasil 2014. Era bastante habilidoso, rápido, asistía de faja, todo. Recuerdo que una vez hice 24 puntos jugando para las categorías mayores, casi un cuarto de partido entero.
Era un partido contra Argentino de Pergamino. Ya había jugado para mi categoría y el pulpo Bari me pidió que me quedara a jugar para los más grandes. Me puso el primer cuarto, hice 12 puntos. Después descansé el segundo cuarto y me volvió a poner en el tercero, hice otros 12. Ese sábado a la mañana me sentí invencible, un semidiós. Tendría once o doce años, quizás trece, no recuerdo.
Luego llegaron los quince, dieciséis, me agarró el rockandroll de la adolescencia. Dejé todo: básquet, fútbol, handball, vida sana, y lo cambié por vasos puros de ginebra los viernes y sábados en un Le Folié hasta el tope de pubertad excitada de necesidad de descargarse. Dado vuelta, siempre.
Ahora que lo pienso, el desenlace de mi éxito como deportista era como el de las mejores estrellas: gastaba todo mi dinero en alcohol y en divertirme con mis amigos, terminaba tirado en los cordones de la vereda o vomitando en el boulevard de Avenida Belgrano. A veces hasta en alguna pelea callejera, con la diferencia de que no había paparazis para registrar el momento del debacle, que todavía no era mayor de edad y que todo el dinero que tenía eran sólo diez pesos que mi madre me daba para que no me emborrachase.
Si yo fuera una estrella de la NBA, pensaba, no me casaría con ninguna de las súper modelos con las que siempre terminan los jugadores con mucho dinero. No, no lo haría. Buscaría amor verdadero, una compañera, la madre de mis hijos. Sé que sería difícil porque estaría ganando mucho dinero, y todas las mujeres del planeta de seguro quisieran ser la madre de los hijos de un hombre que gana cantidades infinitas de dólares por segundo, que vive en la metrópoli del mundo, que tiene un físico terrible, fama, cámaras, y al final de eso otra vez mucho dinero. No, no, nada de eso, yo quisiera amor verdadero, abrazos, cariño, como la novia de Messi.
Pues bien, como les decía, si yo fuera una estrella de la NBA, volvería a buscar al amor de mi vida al pueblo. Como quien nunca se olvida del barrio, de sus raíces, sabría que en el pueblo encontraría a la persona que me acompañaría desinteresadamente por el resto de mi vida.
Caería de incognito, sin que nadie sepa que el orgullo del pueblo estaba en la ciudad, y llamaría a mis amigos para ir a Vudú. Estaba seguro de que allí la vería a ella. Tendría que hacer un buen papel y no tomar alcohol, teniendo en cuenta que además de que no podía hacer papelones después de tanto tiempo sin volver a ver a mi gente, todo el mundo en el bar estaría pendiente de mí. Además de que la firma en un contrato millonario no me permitiría dañar mi físico privilegiado de estrella de la NBA.
Todos me verían y se comentarían entre ellos: "Mirá, ahí está él, vamos a sacarnos una foto". Todavía no sé qué gesto utilizaría para las fotos, tendría que ser una marca registrada, como la del puño de Nazareno, algo que me haga especial. Quizás haría un gesto rapero, tendría cadenas de oro colgando, una gorra tirada hacia atrás con la etiqueta puesta. Tendría que tener algo de esa onda, considerando que viviría en Los Angeles.
Entonces estaría en el bar, la buscaría a ella y le preguntaría si se acordaba de mí. Ella me diría que claro, y entre idas y venidas nos iríamos juntos. Luego nos pondríamos de novio y la invitaría a vivir conmigo en United States. Claro que vendría, entonces el paso siguiente sería planear el casamiento. Sí, el gran casamiento.
Organizaríamos dos fiestas: una en Argentina y otra en suelo americano. ¿Por qué dos fiestas?, preguntaría ella. Pues, ¿cómo por qué?, respondería yo. Mis amigos quisieran emborracharse con Tony Parker, Lebron James, Kobe Bryant, Kevin Durant. De todos modos, comprendo que tú no entiendas lo importante que eso sería para mí y para mis amigos. Ellos estarían felices, saltando de alegría, y si mis amigos estaban felices, yo también lo estaría.
Pero primero debería elegir un equipo, uno con muchas estrellas. Quizás Miami Heats, o San Antonio Spurs, los últimos campeones de sus conferencias y protagonistas de la gran final. No podría ser una estrella ordinaria, como cualquiera, tendría que ser lo máximo para mis amigos. De seguro serían Los Angeles Lakers, siempre simpaticé con ellos.
Entonces, si yo fuera una estrella de la NBA, realizaría una mega fiesta de casamiento en una playa privada de Los Angeles, invitaría a todos mis compañeros de equipo y a sus esposas, y las amigas de mi mujer y a mis amigos (no podría parar de imaginarme la alegría de mis amigos cuando les cuente que van a compartir una copa de champagne con Lebron James).
Pero como sabía que todo debería salir a la perfección, para ello lo llamaría a Roque. Sí, definitivamente, si yo fuera una estrella de la NBA, Roque sería mi representante en la Argentina. Él sería el encargado de que todo saliera a la perfección: no debía olvidar a nadie en suelo argentino, ya que el avión saldría y no regresaría en busca de nadie. Le diría: "Roque, mirá que el avión sale y no vuelve, ¿si? Asegurate de ser el último en entrar al charter y que todos estén adentro". Él me contestaría que me quede tranquilo, campeón, que él se encargaría de todo, y que no me preocupe. Pero para no tirarle con toda la responsabilidad, le diría que de las amigas de mi novia se encargaría una de ellas, pero sí que ellos dos serían los responsable de que ambos grupos viajen completos. Qué no se les olvide nadie, repetiría.
Cierto, me había olvidado de nuestros hermanos. Ellos también deberían venir a conocer a las estrellas de la NBA, mi hermano no me lo perdonaría nunca. Pero él de seguro querría llevar a algún amigo, y si invita a algún amigo, las hermanas de mi novia también quisieran llevar a sus amigas, no habría capacidad para tantas personas en un chárter contratado por un millonario. Ambos coincidiríamos en que sólo sería con amigos y hermanos, no más invitados. Luego podrían ir a la gran celebración que haríamos en Argentina.
Sería hermoso, ideal. Ellas en una gran mesa, brindando, riéndose, averiguando si mi mujer ya estaría embarazado y preguntándole si ya habíamos elegido el nombre, si sabíamos si sería una niña o un niño. Como estrella de la NBA, quisiera una niña para regalarle todo lo que pudiera, y luego un niño, tendría que tener un heredero en el aro. No podría ser una estrella de la NBA sin un heredero que le recuerde a las multitudes al histórico de su padre.
También estaríamos nosotros en una gran mesa, y no sólo nosotros. Le diría al oído a Roque: "Ese es Kevin Durant, el mejor alero visto en años. Ese otro es Kobe Bryant, ¿no hace falta decirte quién es, amigo, o si? Allí también está Teodosic, míralo". Nos emborracharíamos todos juntos, nos alegraríamos, brindaríamos, gritaríamos, cantaríamos y nos mancharíamos nuestras camisas blancas de millonarios con vino traído especialmente de Argentina y se lo haríamos probar a mis compañeros norteamericanos como lo mejor que probarían en sus vidas de millonarios yanquis. Si yo fuera una estrella de la NBA, todo eso haría y tantas otras cosas que hacen los jugadores con contratos que rebalsan en dólares.
Es más, no atendería el teléfono que está sonando ahora. Es Roque. Me dice que ya salió del trabajo y que está yendo para la casa. Que beberíamos unas cervezas allí y después saldríamos para el bar. Y que me ponga el traje, que nos haríamos pasar por abogados esta noche.

Juan Pablo Svaluto Marchi