lunes, 5 de mayo de 2014

Almendra

Almendra se había encerrado en el baño desde hacía ya media hora. Estaba parada, aferrada al suelo como una efigie frente al espejo, contemplándose minuciosamente con ojos cargados de desierto: sus trenzas color castaño le caían por encima de los hombros hasta que las puntas lacias apenas rozaban sus tetillas, su par de ojos verdes que rebotaban reflejándose contra la superficie del espejo como las luces de dos faros en medio de altamar, las prematuras ojeras que avanzaban debajo de sus párpados paulatinamente como dos manchas de petróleo en el océano, la corona de flores sobre su cabeza, las primeras lágrimas derramadas por amor que caían deslizándose sobre sus mejillas y le hacían preguntarse qué era eso que sentía punzando tan insistentemente en el medio del pecho.
Pensaba en lo que le había dicho Joaquín esa tarde en el recreo. La fotografía de sus palabras era como piedras que se hundían con el peso de lo súbito en el estanque de su cabeza. Frente a frente, inertes en medio de la vorágine blanca que se agitaba y golpeaba impetuosamente todo a su alrededor, inmersos justo en el punto en que el tiempo se contiene a sí mismo. Lograba representarse sus palabras en la nebulosa que habitaba su mente, pero no entendía por qué el hecho de que quisiera pasar más tiempo con sus amigos llevaría al quiebre de la relación. Ella no lo consideraba un impedimento y se lo había dicho, se lo dijo todo cuánto el nudo de la garganta se lo permitió en ese momento. Le dijo que no le molestaba que pasara todo el tiempo que quisiese con sus amigos, y que se verían cuando él lo decidiese, que ella no pretendía ser una novia molesta, y que si en algún momento lo había sido que la perdonase, pero que no la dejara sola, ahora que el viento soplaba. Joaquín puso cara de desconcertado, bajó la vista y meneó la cabeza de un lado hacia el otro, como en desacuerdo. Tomó un chicle que tenía en el bolsillo derecho del guardapolvo, lo desenvolvió como pudo, las manos le temblaban. Logró metérselo en la boca y dijo que sería lo mejor para los dos, que ella sería feliz con otra persona que la valorase mejor que él y que no se merecía estar con un chico tan descuidado y poco caballero como se consideraba a sí mismo. Le pidió perdón, pegó media vuelta y se perdió casi corriendo entre la muchedumbre que empalidecía.
Ella se quedó pensando. Pensó todo el resto de la mañana hasta la hora del timbre, pensó en la mesa durante el almuerzo, pensó mientras hacía la tarea a la hora de la siesta, pensó porque los argumentos de Joaquín no la convencieron demasiado, y entonces no había tenido más remedio que abandonarse a pensar durante todo el día.
Se lo había contado a su amiguita del salón aquella misma mañana. Ella le había contestado que Joaquín, hacia el final del recreo, le había dejado una carta dentro de la mochila a otra de sus compañeras y que lo sabía porque había presenciado la escena en la que sus amigas la acorralaron cuando apenas encontró el sobre en uno de los bolsillos de la mochila, precipitándosele abruptamente encima para escuchar la imprevista declaración de amor.
Almendra lo recordaba. Recordaba el énfasis conque su amiga le contaba lo sucedido, como para que no quedaran dudas de que era fiel al pacto de honestidad entre mejores amigas, y también recordaba lo que con el correr del día fue experimentando, esa sensación honda y seca en el pecho, como si fuera un agujero frío que se abría paso profundamente por entre medio de las costillas de un modo tan insondable que no parecía tener fondo alguno.
También recordó la charla que había tenido con su padre en la víspera del casamiento de su hermana, en el umbral de la iglesia, mientras esperaban a que llegara la carroza negra con los detalles de las flores blancas, ella parada y su padre agachado frente a sus ojos, a los pies de la alfombra que arrastraba el rojo perdiéndolo en el horizonte.
De repente, impasible, revolviéndose por dentro furiosamente, Almendra salió tranquilamente del baño reprimiendo el llanto en el picaporte de la puerta, se dirigió hacia su habitación y tomó la caja que contenía el manojo de cartas que le había escrito Joaquín meses antes. Regresó inmediatamente hacia el baño con la misma expresión imperturbable con la que salió de él, abrió la caja sobre el inodoro y tomó la pila de papeles asfixiándola entre sus manos; la caja cayó al suelo con un estrépito de madera. Comenzó a desgarrar los papeles con todas sus fuerzas sobre la boca del pasado, los pedacitos de papel cayeron flotando estáticamente en vaivenes como trozos de cáscaras de frutos secos separados de sus ramas por una repentina ventisca. Las palabras esta vez se desplomaban  como en una borrasca, golpeándose unas con otras en el aire, descascarilladas sobre el agua turbia y desapareciendo bajo la oscuridad del remolino hambriento. Una chica no debe mostrase así de mal adelante de ningún chico, el eco de la voz de su padre se extendía por el vasto páramo de su mente. Una niña debe estar bien arreglada adelante del chico que le gusta. Debe ser femenina, aunque el corazón se le esté desgarrando por dentro debe mostrarse fuerte, aunque las ojeras le delaten su llanto nocturno el amanecer debe encontrarla maquillada, alineadas las pestañas, pintados los labios, arreglado el pelo y emparejados delicadamente los lirios que decoren las trenzas, planchado el vestido y puestos los mejores zapatitos de charol que tuviese. Los trozos de papel llovían desde el cielo como en un diluvio incesante, el remolino giraba y giraba inabarcablemente, los fragmentos se desmoronaban como copos de nieve formando una gran mancha blanca en el tiempo. Las personas que somos demasiado sensibles para este mundo tenemos que hacernos parte de él. El agua cesó de enturbiarse y el estrépito metálico se sintió como un gemido de dolor. El silbido fino de una brisa fresca entró por la rendija de la pared y se perdió a lo lejos. Almendra se retocó las pestañas con el peine, guardó la brocha y el frasco de la base detrás del espejo, se acomodó el flequillo rozándolo apenas con la punta de los dedos, y salió.

Juan Pablo Svaluto Marchi