se hunden inertes como
la mirada de los edificios
también inertes.
El semblante de los transeúntes
me resulta inerte y en el aire
se desvanece un humo inerte.
El frío golpea seco e inerte
en mi piel color inerte;
y el recuerdo arremete inerte
en mi alma estropeadamente inerte.
Mis pasos dejan huellas inertes
en las esquinas violentamente inertes;
y las hojas se desvanecen inertes
en mi pecho ya inerte.
Inerte había dicho.
Nuestro amor era inerte.
Juan Pablo Svaluto Marchi
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