A la Yaya
Finalizamos, nos acabamos.
Luego nos entregamos gélidos
y deshechos a la tierra
hambrienta o al viento
o al mar sediento.
Nuestros rostros
se dibujan dentro de
capullos de fina seda;
y allí la nada inmensa,
ciclópea, bajo nuestros párpados.
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